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Operaciones Kilo / Colectas

Hay personas que pasan hambre. En África, en Asia, en América… y también en Europa. Nos cruzamos con ellos a diario. Y no estamos hablando únicamente de mendigos o vagabundos: son muchas más las personas que padecen de carestía en todas las ciudades del mundo.

No pensemos únicamente en la pobreza «tradicional». Contemos la pobreza relativa: la de todos aquellos a los que quizá no les falte un techo, ni viven envueltos en andrajos, pero carecen de todo lo demás.

Son muchos los jubilados y pensionistas que cobran un diminuto salario. O los enfermos y disminuidos físicos, psíquicos, y sensoriales; las gentes en paro; los ex-drogadictos en vías de rehabilitación; o los inmigrantes.

Todas esas personas son una parte de la sociedad a las que se debe tender la mano. Y no es sólo el Estado quien ha de solucionar el problema: somos nosotros, los ciudadanos, los que también tenemos el deber de ayudar. Es necesario un mínimo de sensibilidad social. Ser pobre es duro, pero resulta cruel en una sociedad que gasta sin remordimiento.

Estadísticamente, la pobreza en España alcanza a unos 8 millones de personas, es decir, las que viven con unos ingresos inferiores al 50% de la renta per cápita nacional. Esta tasa de pobreza supera holgadamente la media de la Unión Europea, y se sitúa en valores similares a los de Italia, Irlanda y Reino Unido, siendo sólo superada por Grecia y Portugal.